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jueves, 16 de junio de 2011

Encuentro con el Señor Jesus en Pentecostés

"El Espíritu es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y  nuevos determinismos, guiándolos con la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús".
(Juan Pablo II)


"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.  Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.  Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.  Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.  Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.  Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?  ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?  Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor,  en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,  judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios". 
(Hechos 2,1-11.)

¿Qué es Pentecostés?
Jesús había establecido los fundamentos de la Iglesia en el curso de su vida apostólica, y le había comunicado sus poderes después de resucitar. Pero el Espíritu Santo debía completar la formación de los apóstoles y revestirlos de la Fuerza de lo Alto. Al reino visible de Cristo sucedía el reino invisible del Espíritu Santo, que venía a terminar y pulir la obra ya admirable de Jesús, "a renovar, la faz de la tierra".
 
Pentecostés celebra la primera manifestación del Espíritu Santo a los discípulos de Jesucristo.
Jesús había anunciado a sus discípulos la llegada del Espíritu Paráclito. Se apodera del Cenáculo el Espíritu Santo, y un viento huracanado que de repente sopla en torno y la aparición de lenguas de fuego en el interior, el gozo y la pérdida de temor, son las señales maravillosas de Su presencia.
 

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.

El don del Espíritu Santo es el que:
  • nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
  • nos permite conocerlo y amarlo; hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu.  

Estos dones son:
  1. Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
  2. Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
  3. Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
  4. Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
  5. Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
  6. Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
  7. Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.
Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son:
  1. Caridad.
  2. Gozo.
  3. Paz.
  4. Paciencia.
  5. Longanimidad.
  6. Bondad.
  7. Benignidad.
  8. Mansedumbre.
  9. Fe.
  10. Modestia.
  11. Continencia.
  12. Castidad. 

 Meditemos...

El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)
El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.

El Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia, comunidad de quienes creen en Cristo como el Señor. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás. La gracia y vida divina que prodiga hacen a la Iglesia ser mucho más grata a Dios; la hace crecer con el poder del Evangelio; la renueva con sus dones y la lleva a unión perfecta con Jesús.

El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.
Es nuestro deber honrar al Espíritu Santo amándole por ser nuestro Dios y dejarnos dócilmente guiar por Él en nuestras vidas. San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor 3, 16).

Conscientes de que el Espíritu Santo esta siempre con nosotros, mientras vivamos en estado de gracia santificante, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesarias para llevar una vida santa y salvar nuestra alma. Esforcémonos pues por vivir en plena comunión con Dios desplegando los dones que el Espíritu Santo nos otorgó, para así ayudar a nuestros hermanos en la fe a que cada día más se acerquen a Dios y así podamos combatir juntos en el camino de la Santidad.


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