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jueves, 16 de junio de 2011

LOS JÓVENES DE HOY ANTE LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DE LA VIDA


1. La juventud en un mundo que cambia

1. Gran número de escuelas católicas se encuentran en aquellas partes del mundo donde se producen actualmente profundos cambios de mentalidad y de vida. Se trata de grandes áreas urbanizadas, industrializadas, que progresan en la llamada economía terciaria. Se caracterizan por la amplia disponibilidad de bienes de consumo, múltiples oportunidades de estudio, complejos sistemas de comunicación. Los jóvenes están en contacto con los «mass-media» desde los primeros años de su vida. Escuchan opiniones de todo género. Se les informa precozmente de todo.

2.Por todos los medios posibles, entre ellos la escuela, reciben informaciones muy diversas, sin estar capacitados para ordenarlas sintetizarlas. De hecho no tienen todavía o no siempre, capacidad crítica para distinguir lo que es verdadero y bueno de lo que no lo es, ni siempre disponen de puntos de referencia religiosa y moral, para asumir una postura independiente y recta frente a las mentalidades y a las costumbres dominantes. El perfil de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello ha quedado tan difuso, que los jóvenes no saben qué dirección seguir; y si aún creen en algunos valores, son incapaces de sistematizarlos, inclinándose, con frecuencia, a seguir su propia filosofía a tenor del gusto dominante.
Los cambios no llegan a todas partes del mismo modo ni con el mismo ritmo. En todo caso, a la escuela le toca indagar «in situ» el comportamiento religioso de los jóvenes, para conocer que piensan, como viven, como reaccionan donde los cambios son profundos, donde se están iniciando y donde son rechazados por las culturas locales, pero que igualmente llegan a través de los medios de comunicación, para los que no existen fronteras.

2. La situación juvenil

1. A pesar de la gran diversidad de situaciones ambientales, los jóvenes manifiestan características comunes que merecen la atención de los educadores.
Muchos de ellos viven con gran inestabilidad. Por una parte se encuentran en un mundo unidimensional, en el que sólo cuenta lo que es útil y, sobre todo, lo que ofrece resultados prácticos y técnicos. Por otra, parece que han superado ya esta etapa; de algún modo se constata en todas partes voluntad de salir de ella.

2. Muchos jóvenes viven en un ambiente pobre en relaciones y sufren, por lo tanto, soledad y falta de afecto. Es un fenómeno universal, a pesar de las diferentes condiciones de vida en las situaciones de opresión, en el desarraigo de las «chabolas» y en las f rías viviendas del mundo moderno. Se nota, más que en otros tiempos, el abatimiento de los jóvenes, y esto atestigua sin duda la gran pobreza de relaciones en la familia y en la sociedad.

3. Una gran masa de jóvenes mira con intranquilidad su propio porvenir. Esto es debido a que fácilmente se deslizan hacia la anarquía de valores humanos, erradicados de Dios y convertidos en propiedad exclusiva del hombre. Esta situación crea en ellos cierto temor ligado, evidentemente, a los grandes problemas de nuestro tiempo, tales como: el peligro atómico, el desempleo, el alto porcentaje de separaciones y divorcios, la pobreza, etc. El temor y la inseguridad del porvenir implican, sobre todo, fuerte tendencia a la excesiva concentración en sí mismos y favorecen, al mismo tiempo, en muchas reuniones juveniles la violencia no sólo verbal.

4. No pocos jóvenes, al no saber dar un sentido a su vida, con tal de huir de la soledad, se refugian en el alcohol, la droga, el erotismo, en exóticas experiencias, etc.
La educación cristiana tiene, en este campo, una gran tarea que cumplir con relación a la juventud: ayudarla a dar un significado a la vida.

5. La volubilidad juvenil se acentúa con el paso del tiempo; a sus decisiones les falta firmeza: del «sí» de hoy pasan con suma facilidad al «no» de mañana.
Una vaga generosidad, en fin, caracteriza a muchos jóvenes. Surgen movimientos animados de gran entusiasmo, pero no siempre ordenados según una óptica bien definida, ni iluminados desde el interior. Es importante, pues, aprovechar esas energías potenciales y orientarlas oportunamente con la luz de la fe.

6. En alguna región, una encuesta particular podría referirse al fenómeno del alejamiento de la fe de muchos jóvenes. El fenómeno comienza frecuentemente por el gradual abandono de la práctica religiosa. Con el tiempo nace una hostilidad hacia las instituciones eclesiásticas y una crisis de aceptación de la fe y de los valores morales a ella vinculados, especialmente en aquellos países donde la educación general es laica o francamente atea. Este fenómeno parece darse más a menudo en zonas de fuerte desarrollo económico y de rápidos cambios culturales y sociales. Sin embargo, no es un fenómeno reciente. Habiéndose dado en los padres, pasa a las nuevas generaciones. No es ya crisis personal, sino crisis religiosa de una civilización. Se ha hablado de «ruptura entre Evangelio y Cultura»

7. El alejamiento toma, a menudo, aspecto de total indiferencia religiosa. Los expertos se preguntan si ciertos comportamientos juveniles no pueden interpretarse como sustitutivos para rellenar el vacío religioso: culto pagano al cuerpo, evasión en la droga, gigantescos «ritos de masas» que pueden desembocar en formas de fanatismo o de alienación.

8. Los educadores no deben limitarse a observar los fenómenos, sino que deben buscar sus causas. Quizá haya carencias en el punto de partida, es decir, en el ambiente familiar. Tal vez es insuficiente la propuesta de la comunidad eclesial. La formación cristiana de la infancia y de la primera adolescencia no siempre resiste los choques del ambiente. Quizá deba buscarse la causa, alguna vez, en la propia escuela católica.

9. Existen numerosos síntomas positivos y muy prometedores. En una escuela católica, como en cualquier otra escuela, se pueden encontrar jóvenes ejemplares por su comportamiento religioso, moral y escolar. Analizando las causas de esta ejemplaridad, a menudo aparece un óptimo ambiente familiar ayudado por la comunidad eclesial y por la misma escuela. Un conjunto de condiciones abierto a la acción interior de la gracia.

Hay jóvenes que, buscando una religiosidad más consciente, se preguntan por el sentido de la vida y encuentran en el Evangelio la respuesta a sus inquietudes. Otros, superando las crisis de indiferencia y duda, se acercan o retornan a la vida cristiana. Estas realidades positivas son motivo para esperar que la religiosidad de la juventud puede crecer en extensión y profundidad.

10. Pero hay también, jóvenes para los que su permanencia en la escuela católica influye poco en su vida religiosa; adoptan actitudes no positivas frente a las principales experiencias de las prácticas cristianas; oración, participación en la Santa Misa, frecuencia de sacramentos; o adoptan alguna forma de rechazo, sobre todo, respecto a la religión de la Iglesia.

Podríamos tener escuelas irreprochables en el aspecto didáctico, pero que son defectuosas en su testimonio y en la exposición clara de los auténticos valores. En estos casos es evidente, desde el punto de vista pedagógico-pastoral, la necesidad de revisar no sólo la metodología y los contenidos educativos religiosos, sino también el proyecto global en el que se desarrolla todo el proceso educativo de los alumnos.

11. Se debería conocer mejor la naturaleza de la demanda religiosa juvenil. No pocos se preguntan para qué vale tanta ciencia y tecnología, si todo puede acabar en una hecatombe nuclear; reflexionan sobre la civilización que ha inundado el mundo de «cosas», incluso bellas y útiles, y se preguntan si el fin del hombre consiste en tener muchas «cosas» y no en algo distinto que vale mucho más; y quedan desconcertados por la injusticia de que haya pueblos libres y ricos y pueblos pobres y sin libertad.

12. En muchos jóvenes, la posición crítica frente al mundo, llega a ser demanda crítica ante la religión para saber si ella puede responder a los problemas de la humanidad. En muchos, hay una exigencia de profundización en la fe y de vivir con coherencia. A ella se añade otra de compromiso responsable en la acción.

Los observadores valorarán el fenómeno de los grupos juveniles y de los movimientos de espiritualidad, apostolado y servicio. Señal de que los jóvenes no se contentan con palabras, sino que quieren hacer algo que valga para sí mismos y para los demás.

13. La escuela católica acoge a millones de jóvenes de todo el mundo,(12) hijos de su estirpe, de su nación, de sus tradiciones, de sus familias y, también, hijos de nuestro condiciones a las tiempo. Cada uno lleva en sí mismo las huellas de su origen y los rasgos de su individualidad. Esta escuela no se limita a impartir lecciones, sino que desarrolla un proyecto educativo iluminado por el mensaje evangélico y atento a las necesidades de los jóvenes de hoy. El conocimiento exacto de la realidad sugiere las mejores actuaciones educativas.
. Según los casos, hay que volver a empezar desde los fundamentos, integrar aquello que los alumnos han asimilado, dar respuesta a las cuestiones que surgen en su espíritu curioso y crítico, destruir el muro de la indiferencia, ayudar a los ya bien educados a llegar a un «camino mejor» y darles una ciencia unida a la sabiduría cristiana. Las formas y el avance gradual en el desarrollo del proyecto educativo están, pues, condicionados y guiados por el nivel de conocimiento de las situaciones personales de los alumnos.

Encuentro con el Señor Jesus en Pentecostés

"El Espíritu es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y  nuevos determinismos, guiándolos con la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús".
(Juan Pablo II)


"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.  Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.  Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.  Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.  Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.  Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?  ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?  Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor,  en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,  judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios". 
(Hechos 2,1-11.)

¿Qué es Pentecostés?
Jesús había establecido los fundamentos de la Iglesia en el curso de su vida apostólica, y le había comunicado sus poderes después de resucitar. Pero el Espíritu Santo debía completar la formación de los apóstoles y revestirlos de la Fuerza de lo Alto. Al reino visible de Cristo sucedía el reino invisible del Espíritu Santo, que venía a terminar y pulir la obra ya admirable de Jesús, "a renovar, la faz de la tierra".
 
Pentecostés celebra la primera manifestación del Espíritu Santo a los discípulos de Jesucristo.
Jesús había anunciado a sus discípulos la llegada del Espíritu Paráclito. Se apodera del Cenáculo el Espíritu Santo, y un viento huracanado que de repente sopla en torno y la aparición de lenguas de fuego en el interior, el gozo y la pérdida de temor, son las señales maravillosas de Su presencia.
 

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.

El don del Espíritu Santo es el que:
  • nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
  • nos permite conocerlo y amarlo; hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.

Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu.  

Estos dones son:
  1. Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
  2. Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
  3. Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
  4. Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
  5. Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
  6. Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
  7. Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.
Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son:
  1. Caridad.
  2. Gozo.
  3. Paz.
  4. Paciencia.
  5. Longanimidad.
  6. Bondad.
  7. Benignidad.
  8. Mansedumbre.
  9. Fe.
  10. Modestia.
  11. Continencia.
  12. Castidad. 

 Meditemos...

El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)
El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.

El Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia, comunidad de quienes creen en Cristo como el Señor. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás. La gracia y vida divina que prodiga hacen a la Iglesia ser mucho más grata a Dios; la hace crecer con el poder del Evangelio; la renueva con sus dones y la lleva a unión perfecta con Jesús.

El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.
Es nuestro deber honrar al Espíritu Santo amándole por ser nuestro Dios y dejarnos dócilmente guiar por Él en nuestras vidas. San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor 3, 16).

Conscientes de que el Espíritu Santo esta siempre con nosotros, mientras vivamos en estado de gracia santificante, debemos pedirle con frecuencia la luz y fortaleza necesarias para llevar una vida santa y salvar nuestra alma. Esforcémonos pues por vivir en plena comunión con Dios desplegando los dones que el Espíritu Santo nos otorgó, para así ayudar a nuestros hermanos en la fe a que cada día más se acerquen a Dios y así podamos combatir juntos en el camino de la Santidad.