Cuando uno descubre, en un determinado momento de su vida, que la felicidad sólo se encuentra en el Señor Jesús, se abre ante sus ojos todo un mundo nuevo de vida y realización. Acoger el don de la fe, tener una fe «tan preciosa como la nuestra»[1], como señalaba el Apóstol Pedro, nos introduce en una comprensión nueva de nosotros mismos, de quienes nos rodean, de la realidad toda. Nos lleva, en primer lugar, a un encuentro decisivo con Cristo, a ponernos delante de Él y reconocer a nuestro Dios y Señor, y a la vez reconocer en Él a quien es «el camino, la verdad y la vida»[2]. La experiencia de tan gran don nos lleva entonces a una respuesta decidida, que se traduce en un compromiso por ser santos. «A veces —señalaba el Papa Benedicto XVI— se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano»[3]. No hay tarea que sea más importante que nuestra propia santificación. Lo hemos reflexionado muchas veces, y sabemos que en esa respuesta generosa, en ese esfuerzo cotidiano por configurarnos con el Señor Jesús, se ancla nuestra felicidad y realización.
Llamados a cambiar el mundo
Vivir con radicalidad aquel «sed, pues santos porque yo soy santo»[4] al que nos invita el Señor se convierte entonces en el gran ideal de nuestra vida. Se trata de un camino de conversión personal, pero a la vez un compromiso que nos lleva a querer transformar todo aquello que en el mundo se opone al plan divino. A partir de esa experiencia del gran don que significa la vida en Cristo, nos vemos impulsados a comunicar las grandezas del amor de Dios a quienes nos rodean. Hoy, que vivimos en un mundo que se aleja cada vez más de Dios, el compromiso por la santidad nos lleva decididamente a querer cambiar el mundo. No se trata de una ilusión, o de un anhelo idealista, sino de una invitación universal con carácter de urgencia que asumimos cuando comprendemos a cabalidad el mandato del Señor Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes»[5].
Quien tiene al Señor Jesús como la perla preciosa[6] por la cual se ha dado todo, experimenta en su corazón todas las riquezas del tesoro de la fe. Quien arde en amor por Cristo, quien hace del Señor el centro de su vida, se abre a aquella experiencia de amor infinito, y brilla en su corazón la luz de Cristo. El hombre o mujer que tiene aquella luz que ilumina la humanidad comprende que no debe ocultarla debajo de una pantalla[7], por el contrario, debe alzarla lo más alto posible para iluminar a la mayor cantidad de personas. El amor auténtico nunca se queda en uno mismo, sino que lleva a darse a los demás, en caritativo servicio evangelizador.
Sabemos bien que debemos trabajar por cambiar el mundo. Esta tarea, sin embargo, sólo tendrá frutos duraderos si se hace a partir de un compromiso decidido por la santidad personal. Seguramente conocemos muchas personas de bien. Personas que no sólo no le hacen daño a nadie, sino que incluso se embarcan en proyectos positivos y de ayuda social. Hemos escuchado hablar de hombres y mujeres que dan su tiempo y dinero, su preocupación, que orientan sus afanes y esfuerzos en bien de los demás. Ciertamente sus proyectos e iniciativas son loables y de mucho bien en un mundo signado por el egoísmo y la mezquindad. Aun así, con todas las buenas intenciones, todos estos proyectos que nacen de buenos corazones y nobles intereses, si no parten de un radical anhelo por la santidad, no bastan para lograr aquel cambio hoy cada vez más urgente.
¿Por qué sólo los santos?
¿Por qué sólo los santos cambiarán el mundo? En primer lugar, porque quien se esfuerza por ser santo ofrece a un mundo en crisis una respuesta que trasciende cualquier horizonte meramente horizontal: Dios mismo. Es la respuesta que Dios da al mundo, la Buena Nueva que es respuesta plena y auténtica a toda realidad, la que portan los santos. Quien asume con seriedad y madurez su vida cristiana sabe que lo esencial es buscar cumplir el Plan de Dios. Discernir aquello que Dios nos pide y realizarlo «según el máximo de mi capacidad y el máximo de mis posibilidades»[8] es la ruta que recorre quien quiere de verdad ser santo. Por lo tanto, el santo tiene como respuesta al mundo de hoy no un “plan personal” o una respuesta meramente horizontal, sino el propio Plan de Dios, que asume como suyo. ¿Qué mejor manera, entonces, de combatir el mal en el mundo que con el Plan de Dios y las armas que Él pone a nuestra disposición?
Existe también otra razón de mucho peso que nos ilumina en esta reflexión. En una sociedad tan materialista como la nuestra, tan apegada a los resultados visibles y verificables, pensamos a veces que sólo con grandes y aparatosos proyectos podemos cambiar las cosas. Nos olvidamos quizás de aquellas palabras del Salmista: «Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores»[9]. Es la fuerza de Dios la que nos transforma, y la que transforma el mundo. La persona que colabora con la gracia, que vive en tensión de santidad, incluso en el anonimato y en la sencillez de su vida cotidiana, hace de su vida una oblación grata a Dios que hará derramar sobre el mundo un enorme caudal de gracia. ¿Quién puede medir el alcance espiritual y transformador de tantas personas que se santifican en lo cotidiano, y cuyas vidas son auténticas revoluciones de amor que en el silencio cambian el mundo? Quien se santifica, sea a través de grandes obras o en la sencillez de lo ordinario, ayuda a cambiar el mundo de modos insospechados, siendo colaborador humilde del único designio que transforma: el Plan de Dios.
La tarea que se abre ante nosotros es realmente enorme. La sociedad de hoy se aleja de Dios cada vez más, y los retos y obstáculos para el anuncio del Evangelio se multiplican. Para el santo, sin embargo, esto no es ocasión de desaliento ni desánimo. Por el contrario, es motivo de estímulo y de mayor decisión, pues quien se sabe luchando por instaurar en el mundo la civilización del amor sabe que cuenta con la poderosa ayuda de Dios. O, como lo exclamaba San Pablo: «Si Dios está por nosotros ¿Quién contra nosotros?»[10]. La única manera de transformar el mundo es empezando por transformarse uno mismo, empezar por ese camino de conversión que nos lleva a desplegarnos al máximo. Encendiendo en nosotros la llama del amor de Dios no sólo se ilumina nuestro alrededor, sino que se encienden también otras tantas llamas, formando poco a poco un hermoso manto de luces que disipa las tinieblas de la noche. Es así, y sólo así, que lograremos transformar el mundo. Por eso exclamaba el Papa Benedicto XVI a los jóvenes: Los santos «son los verdaderos reformadores (…) Sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo»[11].
Cambiando el mundo de la mano de Santa María
No es esto una invitación a abandonar los grandes proyectos e iniciativas, hoy tan necesarios. Sin embargo, siempre debemos tener presente que en el camino de la santidad y del apostolado somos colaboradores de la misión maternal de Santa María: acercar a todos los hombres al encuentro del Señor Jesús. Caminando de su mano, dejando que Ella nos guíe al encuentro de su Hijo, nuestras vidas no sólo avanzan por el sendero de la propia configuración con Cristo, sino que se vuelven a la vez antorchas que iluminan a quienes nos rodean, y cuyo calor alcanza —por gracia de Dios— lugares que quizás ni nos imaginamos. «Brille así vuestra luz delante de los hombres»[12], nos dice el Señor. Ésa es la verdadera revolución del amor a la que somos llamados, el único ideal por el cual vale la pena vivir, y, en última instancia, la única manera de cambiar el mundo para que éste vuelva a dirigirse a Dios.
- Llamados a ser santos: Lev 11,44; 19,2; 20,7.26; Mt 5,48; 1Pe 1,15-16; Ef 1,4
- Frutos de nuestra santificación: Sal 1,3; Mc 4,20
- Seamos luz del mundo: Mt 5,14-16; Mc 4,21; Lc 8,16
- Llamados a cambiar el mundo: Mt 28,19-20; Mc 16,15
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO
- ¿Qué tan consciente eres de la importancia del llamado a ser santos?
- ¿Crees que es en verdad posible cambiar el mundo?
- ¿Por qué sólo siendo santos podremos cambiar el mundo?
- ¿Qué puedes hacer tú para cambiar el mundo?